Parte de la conferencia que fue publicada originalmente en el blog
Neurociencias, que Francisco J. Rubia publica en Tendencias21, bajo el título
"La revolución neurocientífica".
http://www.tendencias21.net/La-revolucion-neurocientifica-modificara-los-conceptos-del-yo-y-de-la-realidad_a7436.html
Nota: (Las anotaciones en cursiva son añadidas por el blogero)
Nota: (Las anotaciones en cursiva son añadidas por el blogero)
La primera, la de Nicolás Copérnico en el siglo XVI, que había acabado con el geocentrismo, es decir, con la idea de que la tierra era el centro del universo y de la creación. La tierra no era más que un planeta, y no de los más importantes, del sol. Hoy esta idea no sólo está confirmada, sino que sabemos que el Sol no es más que uno de los millones de soles que componen una de las muchas galaxias que existen, por lo que la importancia de la Tierra ha ido disminuyendo a pasos agigantados.
La segunda humillación provino del biólogo inglés Charles Darwin en el siglo XIX, con su teoría de la evolución, que hoy nadie pone en duda salvo algunos grupúsculos cristianos creacionistas en Estados Unidos. Aunque después de más de 150 años todavía hay personas que no han asumido lo que ella significa, es decir nuestra procedencia de animales que nos han precedido en la evolución. Esto significó sin duda un gran golpe a la idea de que éramos la perla de la creación divina, que habíamos sido creados de golpe por un soplo de la divinidad, como se dice en el Génesis. Con ello, la explicación de la Biblia pasó a ser lo que es: un mito o leyenda como muchas otras. (Hay que decir también que según la arqueología y la antropología prohibida, a partir de multitud de indicios e incógnitas, se ha desarrollado la teoría de la evolución inversa según la cual a partir de antiguas humanidades anteriores, degeneramos todos los homínidos y otros simios incluidos nosotros).
La tercera humillación, para Freud, vendría dada por su descubrimiento, que no fue tal, del inconsciente. El inconsciente ya había sido descrito a lo largo del siglo XIX por varios médicos naturalistas románticos alemanes, pero Freud hacerlo el centro de sus estudios y le dio una importancia que otros no le habían dado. El resultado de estos estudios fue saber que la conciencia era sólo la punta de un iceberg, y que bajo el agua había una inmensa mayoría de funciones que, a pesar de ser inconscientes, gobernaban y dirigían la conducta humana. La tercera humillación, pues, era que el ser humano no era ni siquiera dueño de muchos de sus actos. Hoy se calcula que de todas las operaciones que el cerebro realiza, sólo una ínfima parte, uno o dos por ciento, es consciente, el resto se lleva a cabo sin que sepamos que se está realizando. Con otras palabras: probablemente Freud se quedó corto. (Algunos neurocientíficos empiezan a plantearse la no localidad de la mente en el cerebro, - al menos disponemos de otros dos subcerebros uno en el corazón y otro en el estómago -, de modo que nosotros seríamos una especie de sonda biológica interrelacionada con un campo no localizado, los campos mórficos de información de las especies según el biólogo Rupert Sheldrake, o los registros akasicos de la teósofa británica Annie Besant).
En mi opinión, nos espera una cuarta humillación, de la que hoy sólo vislumbramos su comienzo: la revolución neurocientífica que está poniendo en duda convicciones tan firmes como la existencia del yo, la realidad exterior o la voluntad libre.
Temas todos ellos, que tradicionalmente no han sido objeto de estudio por parte de las ciencias naturales, convencidos como estábamos de que eran objeto de la teología, la filosofía o, como mucho, de la psicología. Pero que hoy sí se cuentan entre los objetos de estudio de la neurociencia para dar a entender que hemos sido equivocados hasta ahora cuando dábamos carta de naturaleza a determinados conceptos que muy posiblemente eran y siguen siendo fruto de nuestros deseos.
El ser humano no tiene, por ejemplo, ningún motivo para pensar en la continuidad de su persona, de su yo, que considera que es el mismo desde la cuna a la tumba, sabiendo que nada ni en su cuerpo ni en el su entorno tiene permanencia. Y, sin embargo, que nos puede convencer de que no existe ese yo que subjetivamente está tan presente como la propia realidad exterior?
Los órganos de los sentidos nos han engañado desde siempre y lo sabemos, como ya lo sabían los filósofos griegos de la naturaleza de las colonias jónicas en Asia Menor. La neurociencia moderna nos dice que ni los colores ni los olores ni los sabores ni los sonidos existen en la naturaleza, sino que son creaciones del cerebro. Pero, quien no está convencido de que estas 'proyecciones' del cerebro no son tales y que las cualidades de los órganos de los sentidos son parte de la realidad que percibimos? (Habria que incluir aquí a los sextos sentidos como la intuición, premonición, etc)
Sin embargo, ya en el pasado Descartes, por ejemplo, en el siglo XVII había dicho que las cualidades secundarias de las cosas, colores, sonidos, gustos, olores, etc. No hay herencia fuera de nosotros, sino en nosotros como sujetos sentidos. Y el filósofo napolitano del siglo XVIII Giambattista Vico escribía en su libro "La antiquísima sabiduría de los italianos": "Si los sentidos son capacidades activas, de ahí se deduce que nosotros creamos los colores al ver, los gustos en gustar y los tonos el sentir, así como el frío y el calor al tocar".
Revisión del concepto de realidad
El filósofo inglés Charli Broad decía que el cerebro es como una válvula reductora que filtraba el inmenso caudal de datos que fluía desde los órganos de los sentidos al cerebro. Además, los propios órganos de los sentidos perciben sólo una pequeña parte de la realidad. Por ello, desde el punto de vista neurofisiológico, llamar realidad a lo que percibimos es completamente inadecuado y sin sentido.
Y el filósofo irlandés George Berkeley decía que sólo conocemos lo que percibimos, por lo que sus contemporáneos discutieron si cuando caía un árbol en el bosque y nadie estuviera presente para escuchar haría algún ruido o no. Por lo que hoy sabemos, indudablemente no habría ningún ruido, ya que el sonido no es ninguna cualidad de la realidad absoluta, sino sólo de la nuestra.
La conclusión que podemos sacar de todo esto es que cuando hablamos de materia, del mundo material, parece que nos estamos refiriendo a una realidad subyacente, cuando de hecho nos referimos en gran parte a imágenes de nuestra mente.
En uno de los escritos filosóficos hindúes, el llamado Ashtavakra Gita se dice: "El mundo que de mí ha emanado, en mí se resuelve como la vas en el barro, la ola en el océano y el brazalete de oro en el oro que está compuesto ". Como es sabido, en los Vedas hindúes el mundo, así como el yo, son considerados maya, es decir, ilusión. Y los Vedas se remontan a unos 2.000 años antes de nuestra era.
En el Libro tibetano de la Gran Liberación, también llamado Bardo Thodol, encontramos la siguiente frase: "La materia se deriva de la mente o conciencia y no la mente o conciencia de la materia".
Por cierto, en física cuántica se conoce que el acto de observar un fenómeno afecta lo que se está observando, algo similar a lo que sabemos que hace el cerebro durante la percepción.
Uno de los escritores llamados constructivistas, Heinz von Foerster dice: "Objetividad es el delirio de un sujeto que piensa que al observar se puede hacer sin él". Este mismo autor llama la atención sobre el hecho de que tenemos unos cien millones de receptores sensoriales ante unos diez billones de sinapsis en nuestro sistema nervioso, lo que interpreta como que somos 100.000 veces más receptivos a lo que pasa dentro de nuestro cerebro que en las informaciones procedentes de los órganos de los sentidos.
El descubridor de la dietilamida del ácido lisérgico, LSD, Albert Hoffmann, fallecido hace sólo tres años a la edad de 102 años, decía: "Reconocí que todo mi mundo se basaba en mis vivencias subjetivas, que estaba dentro mío y no fuera ".
El yo como cualidad emergente
Se han planteado tres argumentos a favor de que el yo es una construcción cerebral. En primer lugar, su ontogenia, es decir cuando surge este concepto en el desarrollo del ser humano. Al parecer, el niño no nace con este concepto del yo, sino que se encuentra en la primera fase de su vida en un estado indiferenciado de fusión con el mundo, es decir, sin autoconciencia. Es a partir de los dos años y medio o tres cuando surge esa impresión subjetiva de un yo propio que se diferencia del resto de la realidad y se enfrenta a ella. No deja de ser curioso que hablamos del yo y del mundo cuando este yo es parte también de este mundo.
En antropología se sabe que en comunidades humanas más primitivas se tenía una concepción de la persona o del yo esencialmente sociocéntrica, es decir ligada a la pertenencia al clan o la tribu y, por supuesto, mucho menos individualista que en nuestra cultura occidental. Algunos antropólogos consideran que el yo individualizado no es una idea innata, sino una noción que ha tenido un desarrollo histórico.
Entre los indios ojiwba, por ejemplo, una tribu de los algonquinos que aún existe en algunas reservas, principalmente en Minnesota en Estados Unidos, el concepto que estos indios tenían de sí mismos no tenía nada que ver con el concepto occidental. No diferenciaban bien entre mito y realidad, entre sueño y vigilia o entre humanos y animales.
El antropólogo Brian Morris es del parecer que el yo en esencia es una abstracción y que se refiere más a un proceso que a una entidad. Mientras que el pensamiento occidental tiene un concepto del yo egocéntrico, en otras culturas este concepto es más sociocentrismo y en muchas de ellas el dualismo tradicional del yo ante el mundo está completamente difuminado.
Hay otro argumento que nos hace sospechar que el yo es una construcción cerebral. Para evitar que los ataques epilépticos que se producen en un hemisferio cerebral se propaguen en el hemisferio del lado contrario por las fibras que unen ambos y que forman el llamado cuerpo calloso, con doscientos millones de fibras, algunos neurocirujanos seccionar el cuerpo calloso generando así lo que se ha llamado pacientes con cerebro dividido o escindido que fueron estudiados intensamente sobre todo en Estados Unidos.
Aparte de muchos otros fenómenos, uno de los resultados más llamativos de esta operación fue que estos pacientes tenían pensamientos independientes en cada hemisferio. El investigador que recibió en 1961 el premio Nobel por estos estudios fue el psicólogo estadounidense Roger Sperry y que decía lo siguiente: "Cada hemisferio parece tener sus sensaciones separadas y privadas, sus propios conceptos y sus propios impulsos para la acción. La evidencia sugiere que dos conciencias van en paralelo en los dos hemisferios de estas personas con cerebro escindido ".
Como vemos, Sperry aceptaba la existencia en estos sujetos de dos conciencias, una en cada hemisferio, lo que sugiere que en condiciones normales estas dos conciencias aparecen como una sola, por la predominancia de una de ellas o por la fusión de todas dos.
En algunos pacientes esta situación creaba enormes conflictos, como, por ejemplo, que la mano izquierda, controlada por un hemisferio, cometiera un error y la mano derecha intentara corregirlo, o lo que es peor, que una mano abriera un cajón y la Por otro intentara cerrarlo. La conclusión de estas observaciones fue que en estos pacientes había dos personalidades diferentes, dos yos, con dos conciencias diferentes que expresaban no sólo en las acciones, sino también en los pensamientos. Otra conclusión importante fue que la conciencia del yo tenía que estar ligada a las funciones de la corteza cerebral.
Esta división del yo en dos no es necesario que se produzca en los pacientes con hemisferios separados por el cirujano, La psiquiatría sabe hace mucho tiempo de casos de desdoblamiento de personalidad, como la que se describe en la película "Psicosis" de Hitchcock.
También se conoce un trastorno de personalidad múltiple que se atribuye a una violación incestuosa muy joven de estos pacientes. Se ha supuesto que el choque emocional que supone ser violado o violada por una persona de la propia familia puede conducir, según algunos autores, a una excitación tan grande de la amígdala, una región perteneciente al sistema límbico o cerebro emocional, que lleve a una inhibición por esta de diferentes partes del hipocampo, otra región relacionada con la memoria, generando así personalidades múltiples e independientes.
Se ha planteado la hipótesis de que todos nacemos con el potencial de desarrollar múltiples personalidades, y en el curso de un desarrollo normal conseguimos más o menos consolidar un sentido integrado de la personalidad. Algo de eso debe haber, ya que si observamos el comportamiento, por ejemplo, de adolescentes normales cuando se encuentran con sus padres, con su novio o novia o con sus compañeros de juerga estos comportamientos son tan diferentes que parece que proceden de diferentes personalidades. (No hace falta ir tan lejos pues todos nos comportamos de manera diferente según el entorno en que nos movemos y de alguna manera tenemos diferentes personalidades como decía George Gurdjieff. Llevado al extremo, cada célula podría tener su personalidad en la membrana celular según se puede desprender del biólogo Bruce Lipton o psiconauta Thaddeus Golas).
Resumiendo todos estos hechos podríamos decir que el yo es una entidad que desarrolla el cerebro como calidad emergente, entidad con la que no nacemos, sino que se desarrolla a partir de la maduración de estructuras corticales y en interacción con el entorno, dependiendo , por tanto, de la cultura en que la persona se encuentra (Sería una creencia, quizás la principal).
¿Qué pasa con la voluntad?
Sin duda, nuestra civilización occidental ha acentuado enormemente esta cualidad del yo, generando individuos especialmente poco sensibles a los intereses colectivos. Precisamente por ser algo individual, que nos diferencia de los demás, también nos separa de ellos. (En este hechos se encuentra la base de la sociedad capitalista / consumista)
Otro dato que amenaza con minar la imagen que tenemos de nosotros mismos es el tema de la voluntad libre. Los datos de que hoy disponemos apuntan a que la libertad es una ilusión, una ficción cerebral. Nadie puede afirmar que estos datos sean definitivos, porque definitivo no hay nada en ciencia, pero son datos experimentales que nos dicen que no somos libres de tomar decisiones cuando estamos ante la posibilidad de elegir entre varias opciones. Antes de que tengamos la impresión subjetiva de voluntad, el cerebro se ha puesto en marcha de manera inconsciente.
Experimentos realizados con modernas técnicas de imagen cerebral han mostrado que esta actividad inconsciente del cerebro precede a la impresión subjetiva de voluntad ni más ni menos que en seis segundos. Y, sin embargo, de nuevo la impresión subjetiva de libertad es tan fuerte que pensamos que la interpretación de los resultados de estos experimentos no puede ser cierta.
Se suele decir que libertad es la capacidad de hacer lo contrario de lo que realmente hacemos. Pero esto no es otra cosa, a mi entender, tener grados de libertad, es decir una gama de opciones entre las que elegimos una. Estos grados de libertad son mayores cuanto más desarrollado sea el cerebro, de manera que los humanos tenemos más grados de libertad que otros mamíferos y éstos más que los anfibios, etc. (Esto concuerda con lo que dice la IA (Inteligencia Artificial)) Pero si confundimos la libertad con los grados de libertad entonces todos los animales son libres para tener diferentes opciones en su conducta. Lo decisivo no es que tengamos posibilidades de elección, sino por qué y cómo elegimos lo que elegimos y no otra posibilidad.
La ciencia nos dice que el universo está sometido a leyes deterministas (No es el caso la física cuántica), por lo que el físico Albert Einstein se preguntaba que por qué el cerebro debía ser una excepción y es la única parte de la materia de el universo que fuera libre y no determinada como el resto.
Hoy en día muchos filósofos llamados compatibilistas piensan que a pesar de estar determinados como el resto del universo, los humanos somos libres siempre y cuando nuestras acciones surjan de nosotros mismos. Aquí se olvida lo que había dicho Freud los condicionamientos inconscientes que dirigen nuestra conducta. En psicología se dice que seamos libres si nuestra conducta está guiada por motivaciones inconscientes sobre las que el llamado yo consciente no tiene ningún control.
No deja de ser curioso el hecho de que sepamos que no tenemos ningún control consciente sobre lo que almacenamos en la memoria y, sin embargo, no nos preocupe este hecho, cuando precisamente desde el punto de vista de la supervivencia la memoria es mucho más importante que la libertad. (Esto se cuestiona en la Teoría del Doble de JP Garnier-Malet, pues la memoria de lo que imaginamos para nuestro futuro, sería tal vez algo sobre lo que si tenemos libre albedrío intencionado y consciente. No somos responsables de lo que somos pero sí de lo que queremos ser).
La falta de libertad ya había sido planteada en el pasado por el filósofo holandés Baruch Spinoza que decía que los hombres se consideraban libres para ignoraban las causas que determinaban sus acciones.
La importancia de estos resultados es evidente. La existencia o no de libertad, libre albedrío o voluntad libre es también de enorme importancia para otras disciplinas, por ejemplo para la religión, ya que sin libertad el ser humano no es culpable de pecado, concepto clave y fundamental para a las tres religiones abrahámicas: judaísmo, cristianismo e islamismo.
Según los
físicos Jonathan Barrett de la Universidad de Bristol y Nicolás Gisin de la
Universidad de Ginebra, determinados resultados experimentales muestran la
obligatoriedad de la existencia del libre albedrío en la conciencia del
observador.
En jurisprudencia y en psiquiatría forense, el tema de la libertad es de gran relevancia, dado que se derivan los conceptos de responsabilidad, imputabilidad y castigo para los que delinquen. Pero la libertad es también importante en ética, en filosofía social y política, en la filosofía de la mente, en metafísica, en la teoría del conocimiento, en la filosofía de las leyes, en la filosofía de la ciencia y en la filosofía de la religión.
El cerebro y la espiritualidad
Otro tema que está siendo estudiado por la neurociencia es el tema de la espiritualidad. Desde que es posible provocar experimentalmente experiencias espirituales, religiosas o místicas estimulando determinadas regiones del lóbulo temporal pertenecientes al sistema límbico o cerebro emocional, la neurociencia ha entrado en un tema que tradicionalmente ha formado parte de la teología. Se habla hoy, en mi opinión equivocadamente, de neuroteología para referirse a la búsqueda de la espiritualidad en el cerebro. Y digo que equivocadamente, porque teología significa etimológicamente un tratado de Dios, como si ya se diera por hecho su existencia, lo que la neurociencia no hace.
Pero lo realmente revolucionario, a mi entender, es el hecho de que la materia, como el cerebro, sea capaz de producir espiritualidad. Por eso yo al cerebro le he llamado "espíritus", una contracción de espíritu y materia. En cualquier caso, parece evidente que el concepto tradicional de 'materia' no debería ser aplicable al cerebro. Además, la separación dualista cartesiana entre espíritu y materia no tendría sentido. (El cerebro es materia y por tanto energía. Si entendemos el espíritu como energía podría convertirse en materia, pero si entendemos el espíritu como información, puede estar en cualquier lugar, cerebro incluido. De hecho los últimos conceptos astrofísicos de los universos, los limitan sólo a información y energía)
Como vemos, en el pasado se consideraba inapropiado que la neurociencia se ocupara de las funciones mentales, antes llamadas funciones anímicas, es decir del alma, como lo está haciendo ahora. Hoy estamos al comienzo de un derribo sistemático de conceptos que, algunos de ellos, son pilares en que se asienta nada menos que gran parte de nuestra cultura occidental.
Por eso piense que se acerca una nueva humillación del ser humano, una revolución protagonizada por los resultados de la neurociencia. De nuevo, una ciencia está a punto de abrirnos los ojos a realidades que no tienen nada que ver con las que hemos vivido durante siglos: estas han sido producto de nuestro cerebro y las realidades que las sustituyan también lo serán. Pero ahora, soñar con una realidad independiente del cerebro humano será posible pero no real. (? Dado que parece ser que la realidad siempre es un producto del observador, soñar será siempre real para quien sueña)
Nos llama la atención el progreso objetivo de la neurociencia, como el papel de la genética en varios trastornos mentales, los estudios de biología molecular que nos han explicado cómo determinados genes pueden llevar a producir síntomas clínicos. (Sin embargo, hay que tener en cuenta la gran importancia de la epigenética) Admiramos los descubrimientos que muestran la producción de nuevas neuronas en el hipocampo, o los mecanismos moleculares asociados a la memoria y el aprendizaje. Hemos descubierto neuronas que son la base de la empatía, probablemente también del lenguaje y de la moralidad, como las neuronas espejo, pero los temas que he mencionado en relación con la revolución subjetiva van más allá porque cambiarán la imagen que tenemos del mundo y de nosotros mismos.
Las humanidades, junto con la neurociencia, deberán colaborar para diseñar una nueva imagen del ser humano que, sin duda, será diferente de la que hoy conocemos.
En resumen: estamos ante una auténtica revolución de nuestras ideas: una revolución neurocientífica.
El autor se olvida de mencionar la cuestión del espacio-tiempo de la información que manejamos, y de la capacidad cronostésica y de hiperincursión de nuestro cerebro para vivir simultáneamente en nuestro presente, el pasado y el futuro.